Hacía frío a media tarde cuando la joven pareja mexicana esperaba para entregarse a los agentes de la Patrulla Fronteriza de EE.UU., y Nixon pensó que era poco probable que hubiera agentes en la remota carretera en las próximas horas.
Pero por su mente pasaron los riesgos que implicaba ofrecer ayuda. Llevar a la pareja a un lugar seguro sería un delito federal, y su grupo de voluntarios había sido advertido por los agentes de que la detención y la incautación de sus vehículos eran consecuencias potenciales.
Pero, al final, rescatar a una madre embarazada y vulnerable peso más que todo lo demás.
Ayudó a los futuros padres a subir a un todoterreno y se dirigió a un campamento improvisado a varios kilómetros de distancia, donde los inmigrantes pueden encontrar agua y aperitivos mientras esperan a que los agentes de la Patrulla Fronteriza los transporten para tramitar su documentación.
Nixon y su esposa Laurel Grindy, dos profesores jubilados de unos 70 años, pertenecen a un grupo llamado Green Valley-Sahuarita Samaritans, que ayuda a los migrantes en apuros en lo que actualmente es el cruce más transitado de la frontera sur entre México y Estados Unidos, que —quizás sorprendentemente para algunos— se encuentra en Arizona, no en Texas.
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